martes, 1 de septiembre de 2015

Ángel con campera

Llueve. Personalmente no me gustan los días grises y mi cumpleaños llegó en un día de aquellos, gris.
Me puse la capucha y me dispuse a caminar de regreso a casa. Demasiado distraída y mirando al suelo esquiva de las contiguas baldosas flojas para no mojarme la ropa, dando pequeños saltitos infantiles para evitarlas a toda costa, como jugando.
Levanté la mirada escondida en mi campera como algo casual y te vi. 
La mirada triste, perdida, gris.
Ironía es verte ahi tan gris como el día y que me gustes tanto.
 Tan cerca y tan lejos, te extrañé tanto. Tan lejos que no te diste cuenta. Tan cerca a dos pasos. 
En mi mente pasaban tantas cosas que quería ir corriendo a abrazarte y decirte cuanto me hacias falta, que no esta todo bien.
Mirarte y extrañarte mas.
Me iba alejando y me detuve en la esquina, en seco.
Tenia que darme la vuelta, volver, esa máquina del tiempo que me devuelve a tus abrazos, siempre.
 Sin saber si el sentiría igual, me arriesgué.
 Me quité la capucha, di media vuelta y estaba ahi, mirandome, resignado a pensar, como yo, que no lo note, que no me percaté de su presencia gris y que no iba a volver nunca, pero lo hice, volví. Y el no pensaba en volver.
Lo extrañaba y eso me cegaba.
Y fui yo quien corrió, fui yo quien volvió. 
-te esperé la vida entera.
Y no le creí casi nada.